Publicidad Cerrar X

Una nueva revolución: volver a mirar con ojos de infancia.

      En estos tiempos de cambios vertiginosos, de incertidumbre y cansancio social, quizás lo que más necesitamos no sea una nueva receta ni una fórmula mágica. Tal vez, lo que urge es algo tan simple —y a la vez tan profundo— como volver a mirar el mundo con ojos de infancia. Mirar como […]

 

 

 

En estos tiempos de cambios vertiginosos, de incertidumbre y cansancio social, quizás lo que más necesitamos no sea una nueva receta ni una fórmula mágica. Tal vez, lo que urge es algo tan simple —y a la vez tan profundo— como volver a mirar el mundo con ojos de infancia.

Mirar como cuando éramos niños. Con asombro, con preguntas, con valentía. Con esa capacidad inmensa de imaginar lo imposible y de señalar lo injusto sin miedo. Con esa mirada que no se acostumbra a lo gris, que no tolera la mentira, que no deja de jugar, de crear, de soñar.

Los patriotas de nuestra tierra argentina, aquellos hombres y mujeres que gestaron la Revolución de Mayo, también se animaron a mirar diferente. Supieron ver más allá de lo establecido, romper con lo dado y atreverse a pensar una patria nueva. Lo hicieron con una mezcla de idealismo y coraje, con convicción y una profunda esperanza. Esos ojos revolucionarios, que en su tiempo fueron tildados de ingenuos o peligrosos, hoy los recordamos como el germen de nuestra libertad.

Pero no fue fácil. Revolucionar es, por definición, salir del lugar cómodo. Abandonar la repetición. Atreverse al cambio. Ser protagonistas —y no meros espectadores— de cada paso. Es desafiar lo que «siempre fue así», soportar el qué dirán, sostener ideas propias aun cuando el entorno no acompañe. Es actuar con la certeza de que el mundo se transforma cuando alguien se anima a dar el primer paso, aunque ese paso incomode, moleste o no sea comprendido de inmediato.

¿Y si hoy decidiéramos imitarlos?
¿Si dejáramos de mirar con resignación o con cinismo, y nos animáramos a mirar como lo haría un niño o una niña: con la certeza de que el mundo puede cambiar, de que la justicia es posible, de que el juego y la cooperación son mejores caminos que la competencia y el miedo?

Porque hacer una revolución no siempre significa tomar las armas. A veces, significa tomar la palabra. O tomar decisiones pequeñas que construyen futuro. Significa elegir el bien común, defender la naturaleza, abrazar la diversidad, abrir la escuela, cuidar al otro, revalorizar la ternura. Significa mirar de nuevo, mirar distinto, mirar con el corazón abierto.

Y sí, muchas veces esa decisión no será comprendida. Tal vez no llegue el aplauso inmediato. Tal vez incomode. Pero como bien saben quienes han hecho historia, el cambio verdadero no se logra esperando la complacencia de los que no actúan. Se logra creyendo, avanzando y sosteniendo la mirada clara —aunque duela— de quienes se atreven a soñar despiertos.

En este mayo patrio, cuando evocamos los pasos fundantes de nuestra independencia, tal vez el mejor homenaje que podamos hacer a los patriotas no sea solo levantar una bandera, sino alzar la mirada. Una mirada nueva. Una mirada de infancia. Una mirada revolucionaria.


Laura Collavini es psicopedagoga, actriz y directora de la Fundación SIENDO, dedicada a la educación en ambiente y el desarrollo de proyectos culturales en la Patagonia argentina.


 

 

 


 

Relacionados