
El terremoto que sacudió al país vecino de Chile el 27 de febrero de 2010 a las 03:34 hora local, con una magnitud de 8,8 en la escala de Richter y una duración aproximada de tres minutos, dejó más de 500 muertos, 800.000 personas damnificadas, 16 desaparecidos y daños materiales estimados en unos 30.000 millones de dólares.
El epicentro se localizó a 115 kilómetros al noreste de Concepción y a unos 35 kilómetros de profundidad, en una zona de subducción donde la placa de Nazca se desliza bajo la placa Sudamericana.
Este tipo de movimiento tectónico, característico de los terremotos megathrust, liberó una energía equivalente a aproximadamente 500 megatones de TNT.
Además, el hecho causó daños entre las regiones de Valparaíso y la Araucanía, donde habita cerca del 80% de la población chilena.
El sismo generó un tsunami con olas de hasta 30 metros en algunas zonas costeras, que afectó gravemente localidades como Talcahuano, Constitución y Dichato.
Las réplicas superaron el centenar en los días posteriores, algunas con magnitudes superiores a 6,0. El evento también provocó una modificación en la geografía, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), la ciudad de Concepción se desplazó tres metros hacia el oeste, y partes de Sudamérica se movieron varios centímetros.
¿Cómo se organizó Chile para sobrellevar el terremoto?
Medios locales mencionaron que la entonces presidenta Michelle Bachelet, en su primera intervención pública tras el terremoto, negó la posibilidad de que se produjera un tsunami y transmitió un mensaje de calma a la ciudadanía.
Sus afirmaciones habrían estado basadas en un diagnóstico erróneo entregado por la Armada, específicamente por el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile (SHOA).
Sin embargo, pocos minutos después del sismo, una extensa franja del litoral fue arrasada por enormes olas que avanzaron cientos de metros tierra adentro, destruyendo gran parte de las construcciones costeras.
Este tsunami, que los especialistas calificaron como el segundo más severo en la historia chilena y uno de los cinco más intensos a nivel mundial, golpeó fuertemente el borde costero, demoliendo varias zonas ya afectadas por el terremoto.
En el archipiélago de Juan Fernández, por ejemplo, aunque no se percibió el movimiento sísmico, las olas arrasaron con su único núcleo urbano, San Juan Bautista.
Horas después del desastre, el gobierno de Chile decidió no aceptar de inmediato la ayuda internacional, aunque expresó gratitud por las muestras de solidaridad recibidas desde distintos países.
El 1 de marzo, al confirmarse la real magnitud de la emergencia, el embajador chileno en Ginebra solicitó oficialmente el apoyo de la ONU, incluyendo el envío de equipos técnicos para evaluar los daños y brindar asistencia a los damnificados.