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Nueva educación: Si no tenes planeta, no tenés nada.

Mi quehacer psicopedagógico radica en poder comprender el pensamiento del otro. Llegar a visualizar cómo aprende y qué obstáculos se le interponen para llegar a incorporar conocimientos y hacerlos propios. Es una tarea fascinante ya que, al hacerlo es necesario conocer a la persona en forma íntegra. Su historia, su genética, cómo funciona su organismo. […]

Mi quehacer psicopedagógico radica en poder comprender el pensamiento del otro. Llegar a visualizar cómo aprende y qué obstáculos se le interponen para llegar a incorporar conocimientos y hacerlos propios. Es una tarea fascinante ya que, al hacerlo es necesario conocer a la persona en forma íntegra. Su historia, su genética, cómo funciona su organismo. Al transitarlo podemos ver la magia de la Naturaleza en cada ser. Formándose de una manera tan única. En la niñez se observa en forma mucho más clara la dependencia con otro para la existencia. Desde la alimentación hasta la vestimenta, claro que, ofrecido con amor, como esencia que nos hace vivir.

En la infancia se observa la empatía, la claridad mental que cuando es saludable, siempre reacciona con el bien social. Vemos infinidad de veces, por ejemplo, cómo los bebés suelen compartir su comida con algún animal que esté cerca. No discriminan si es perro, gallo, caballo o cerdo. Comparten.

También llegan los dos años. Esa edad compleja y bella donde la persona se visualiza capaz de todo. Empieza a correr, puede treparse. El despliegue corporal comienza a tener una dimensión desconocida, aunque el lenguaje aun no acompaña tanto. Las reglas sociales se tienen que empezar a establecer porque tanto poder corporal hace suponer que todo se puede, que todo es propio y cuando algo no sale como se desea aparecen los famosos rasguños, golpes o caprichos. Esta es la etapa donde son imprescindibles las reglas sociales. Una docente por ejemplo que proponga: “Martina, no hay que pegar, el auto lo tenía José, si lo querés tenés que decirle ¿José, me prestás el auto?”  De esta forma en manera paulatina se comienza a comprender cómo podemos vivir todos. Se llama convivencia, respeto, empatía, solidaridad. Este concepto básico de observar que estamos sobre una misma tierra, todos. Que tenemos una vida finita, todos. Que antes que nosotros pasaron infinidad de instantes e historias y que después de nosotros, sucederá lo mismo. Importa poco si nos gusta o no. Si estamos de acuerdo o no. Así es. Esto es un principio de realidad. No importa solo Mi ombligo. Hay millones y millones de seres en este planeta tierra tan importantes como mi ombligo.

La educación debería basarse en todos sus niveles bajo este concepto. MI VIDA ES TAN IMPORTANTE COMO LA DE TODOS LOS SERES. TENGO QUE DEJAR EL MUNDO MEJOR DE LO QUE LO ENCONTRE.

¿De qué sirven muchos títulos y honores si no comprendo al planeta que me sostiene?

¿Para qué me sirven casas y yates si no puedo comprender que en una tormenta me quedo sin nada?

Si no admitimos socialmente que se le pueda pegar a los padres, ¿por qué maltratamos tanto a nuestra tierra?

Vivimos en red. Es así. No es romántico, es real. Lo que pasa en alguna parte del planeta nos afecta. Los cambios climáticos existen. No hace falta que nos vengan a firmar un papel. Lo estamos padeciendo todos y parece que solo nos preocupamos para que no lastime esta pequeña parte de egocentrismo que construimos con nuestro esfuerzo y “bla, bla, bla”. Y es palabra vacía porque si no nos ocupamos de nuestra tierra no vamos a tener nada. Para ejemplificarlo es como que un día la maestra se canse y nos diga: “listo, me canse. Les dije muchas veces que cuiden los juguetes y los sigue rompiendo. Ahora no hay más juguetes para nadie.” Estarán los que pataleen, los que lloren, los que discutan. Pero no hay más juguetes.

Ahora es nuestro momento. ¿Queremos dejar que nos saquen nuestros juguetes o finalmente podemos crecer?

 

Lic. Laura Collavini

[email protected]

Psicopedagoga.

Directora fundación Siendo.

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