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Mendoza: la adolescente armada expuso las raíces del bullying en la escuela

El episodio que sacudió a La Paz, Mendoza, donde una adolescente de 14 años ingresó armada a su escuela, disparó y permaneció atrincherada durante cinco horas, dejó en evidencia algo más profundo que el acceso a un arma: la crudeza de las razones que sostienen el bullying en los entornos educativos argentinos. Compañeros y docentes […]

El episodio que sacudió a La Paz, Mendoza, donde una adolescente de 14 años ingresó armada a su escuela, disparó y permaneció atrincherada durante cinco horas, dejó en evidencia algo más profundo que el acceso a un arma: la crudeza de las razones que sostienen el bullying en los entornos educativos argentinos.

Compañeros y docentes relataron que la joven era víctima frecuente de burlas por su vestimenta holgada, ciertos rasgos físicos y dificultades en el habla. Tres elementos tan triviales como devastadores: lo que a primera vista parece insignificante, en la lógica escolar se transforma en excusa para la exclusión, la burla y el hostigamiento sostenido. La adolescente, hija de un policía de San Luis, encontró en esa acumulación de desprecios un detonante que la llevó a irrumpir con el arma reglamentaria de su padre.

Especialistas advierten que el bullying rara vez responde a una causa única: puede comenzar por un apodo, por la forma de vestirse o por un rasgo físico, pero se consolida en dinámicas de grupo que silencian al agredido y naturalizan la violencia entre pares. En este caso, los adolescentes consultados señalaron que la joven estaba aislada, retraída y se convirtió en el blanco fácil de la crueldad de sus compañeros.

La presión escolar también jugó un rol. Según trascendió, la estudiante habría exigido durante la toma la presencia de su profesora de matemática, con quien mantenía un conflicto tras una desaprobación. El peso de las calificaciones, sumado a la hostilidad de sus pares, funcionó como un cóctel de frustración que desembocó en una acción desesperada.

El otro ángulo que agrava lo ocurrido es la responsabilidad de los adultos. El arma estaba al alcance de la menor en su casa, lo que ya generó un debate legislativo en Mendoza para sancionar a los policías que no resguarden correctamente sus pistolas. A esto se suma la falla institucional: una preceptora mencionó públicamente el nombre de la adolescente en entrevistas, violando los protocolos de protección de identidad.

Lo ocurrido demuestra que las causas del bullying —apariencia, vestimenta, diferencias de personalidad o desempeño escolar— pueden parecer superficiales, pero generan heridas profundas que, sin atención temprana, pueden escalar hacia desenlaces extremos.

El caso mendocino, sin heridos de milagro, refleja un problema extendido en las escuelas argentinas. El bullying no se limita a la violencia física: comienza en la palabra, la burla y el desprecio cotidiano, y encuentra en las redes sociales un amplificador que multiplica la humillación.

La novedad de este episodio no es solo su carácter inédito en Argentina, sino el recordatorio brutal de que detrás de cada situación de hostigamiento hay un entramado de razones invisibles que los adultos muchas veces minimizan. La ropa, el cuerpo o la forma de hablar pueden ser armas tan punzantes como una bala cuando se convierten en motivo de exclusión.

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