Juan Román Riquelme llegó a la política de Boca con un aura de salvador: “Vamos a ganar las elecciones más fáciles de la historia”, decía convencido en 2023, con el pecho inflado y la sonrisa segura, luego de estar presente como vicepresidente en la gestión de Ameal.

Pero en 2025, lo que parecía un cuento de regreso glorioso terminó convertido en un triste laberinto de contradicciones, improvisaciones, promesas incumplidas y un club que, por primera vez en mucho tiempo, se ve sin rumbo.

Boca no solo está sin títulos, sin técnico y sin copas internacionales: está sin credibilidad, y lo más alarmante para el “Riquelmismo”sin el respaldo unánime de su genteLa Bombonera ya no lo aplaude: lo insulta.

Es inevitable repasar algunas frases que Román lanzó en sus años como jugador o ya retirado para entender el descalabro actual. “Si estás en Boca cuatro años, un torneo local vas a ganar. Ahora los buenos ganan la Copa”, dijo en plena era Angelici, cuando reclamaba otro tipo de dirigencia. ¿Qué pasó en su gestión? Ganó seis títulos locales, sí, pero de Copa Libertadores, ni noticias.

Perdió una semifinal, dos octavos por penales, quedó eliminado de la Sudamericana en 2024 y ni siquiera clasificó a la fase de grupos de la Libertadores 2025. ¿Y el sueño de América? En pausa eterna.

Su contradicción no termina ahí: “Al técnico hay que respetarle el contrato”, juraba. Desde 2020, seis entrenadores pasaron por el banco de Boca: Miguel Ángel Russo, Hugo Ibarra, Sebastián Battaglia, Jorge Almirón, Diego Martínez y Fernando Gago. De todos, el único que no se fue por la puerta de atrás fue el primero. Los otros —incluidos ídolos históricos del club— se marcharon silenciados, sin respaldo y hasta en medio de escándalos.

Riquelme, que tanto criticaba los manejos anteriores, se convirtió en un carbon copy de lo que juró combatir: un dirigente omnipresente, soberbio, rodeado de aduladores y alejado de la autocrítica.

La gestión también falló en el armado de los planteles. Desde la creación de su Consejo de Fútbol con billetera abierta solo para promesas o viejas glorias, Román llenó el club de futbolistas sin impacto realCavani, que solo juega de localRojomás lesionado que en cancha; y Herrera, que parece más turista que refuerzo, por nombrar algunos. Todo mientras postergaba necesidades básicas del equipo y priorizaba a sus amigos por encima del rendimiento.

La última escena es brutal: Boca fuera de todo, insultado por su propia hinchada, y con un escándalo detrás del otro. Y aún así, Riquelme sigue actuando como si nada estuviera mal, “toma mate”.

El peor año de Boca, ese que él señalaba como 2015, hoy, diez años después, parece superado por esta triste realidad. Porque ahora, con él como presidente, el club está a la deriva. Y lo que es peor, el ídolo que prometió devolverle la gloria al club, está terminando por alejarse de su gente.

Si no cambia el rumbo, si no deja de creerse más grande que la instituciónlas próximas elecciones no serán “las más fáciles de la historia”: serán el final de su ciclo, siempre y cuando no aparezca el famoso “ayudin”. La paciencia de los hinchas se acabó y Boca —el verdadero Boca— siempre está por encima de cualquier apellido, incluso el suyo.