
Cristina vive en el barrio Parque Industrial de Neuquén. Desde abril, su casa se convirtió en una trinchera. Lo que comenzó con el robo de una caja de herramientas terminó en una secuencia de amenazas, agresiones, balaceras y lesiones. Aunque hubo allanamientos, secuestro de armas y hasta una restricción perimetral dictada por la justicia, los agresores siguen libres y ella, su esposo y sus hijos, viven prácticamente encerrados. “No podemos ni ir a comprar pan”, dijo con angustia. La justicia, hasta ahora, no actuó con eficacia.
La historia comenzó con un robo simple: un delincuente entró a la casa y se llevó herramientas. El esposo y el hijo de Cristina lo siguieron. Allí comenzó el calvario. En medio de un enfrentamiento, Cristina fue golpeada con un arma en la mano. El resultado fue la ruptura de un tendón. “Quedé con la mano inmovilizada, no puedo trabajar más”, contó. Ella es escritora, tejedora y artesana: el uso de sus manos era esencial.
Desde entonces, su familia fue atacada varias veces con armas de fuego, réplicas y objetos contundentes. En una de las últimas agresiones, a su hijo le tiraron un ladrillo que le marcó la espalda. En otra, lo apuntaron con un arma cargada. Ella misma presenció cómo un atacante “acomodaba la bala” para gatillarle.
Cristina hizo todas las denuncias posibles. “La policía actuó, hizo allanamientos, encontró armas y objetos robados, pero fiscalía no hizo nada. Siento que están esperando que me maten”, afirmó. La perimetral de 200 metros impuesta a los agresores no se respeta. Uno de ellos estuvo parado frente a su casa el día anterior a la entrevista. “Lo mandaron para provocarnos, para hacernos salir y emboscarnos”, denunció.
Su relato es desolador: “Llamé tantas veces a la comisaría que tengo más llamadas ahí que a mi mamá. Ya me da vergüenza llamar”. Sus hijos —uno de ellos menor de edad al momento de los ataques— no pueden caminar tranquilos por el barrio sin ser insultados, amenazados o directamente agredidos.
Cristina no reclama a la Policía, que —según dijo— “hace todo lo que puede”. Su bronca es con la fiscalía. “Cuando detienen a los agresores, se les ríen en la cara. Saben que en horas están de nuevo en la calle.” Por eso, la familia decidió dejar de denunciar. “Mi hijo no quiso denunciar cuando le pegaron con el ladrillo. Dijo: ‘¿Para qué, si no hacen nada?’”.
Viven con miedo. No salen de su casa. No pueden hacer compras. No duermen. No comen bien. Y la sensación de estar solos frente a una amenaza constante los asfixia.
Este caso fue cubierto por Rigo Castaño en un móvil en vivo. Ya se había denunciado el primer ataque meses atrás. Pero en lugar de soluciones, la situación empeoró. “¿Cuál es el mensaje para las víctimas? ¿Qué tienen que hacer para que se haga justicia?”, se preguntó el periodista en vivo. La respuesta parece aterradora: denunciar agrava el peligro.
“La vecina tiene que sentirse respaldada. Si hace la denuncia y la justicia no actúa, todo empeora. En lugar de protegerte, te expone más”, concluyeron desde el móvil.
Este no es un caso aislado. Se replica en otros barrios de Neuquén capital, donde muchas familias optan por el silencio por miedo a represalias. La violencia callejera, el narcodelito y el abandono judicial generan zonas liberadas donde el Estado no llega o llega tarde.
Cristina lo dijo claro y fuerte: “No entiendo qué necesita la fiscalía, ¿verme muerta?”