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El abrazo como territorio de cuidado

-Por Laura Collavini -Psicopedagogía ambiental En tiempos donde muchas emociones parecen desbordarnos, el cuerpo sigue recordándonos lo esencial: un abrazo puede sostenernos más que mil palabras. Desde la psicopedagogía ambiental, entendemos que el aprendizaje, la salud emocional y el vínculo con el ambiente no se dan por separado. El ser humano no aprende ni crece […]

-Por Laura Collavini

-Psicopedagogía ambiental

En tiempos donde muchas emociones parecen desbordarnos, el cuerpo sigue recordándonos lo esencial: un abrazo puede sostenernos más que mil palabras.

Desde la psicopedagogía ambiental, entendemos que el aprendizaje, la salud emocional y el vínculo con el ambiente no se dan por separado. El ser humano no aprende ni crece aislado: somos parte de un entramado complejo de relaciones con otros, con la tierra que habitamos, con nuestro cuerpo, con la historia que nos atraviesa. En ese entramado, el abrazo es una forma poderosa de habitar el vínculo, de alojar emociones, de recordar que somos cuerpo y territorio.

Un abrazo no es un gesto menor. Es presencia, es pausa, es sostén. Es decir sin palabras: “estoy con vos, no estás solo/a”. En una infancia muchas veces atravesada por la ansiedad, la sobreexigencia o la desconexión digital, el abrazo se vuelve una herramienta esencial de regulación, de anclaje, de ternura.

Cuando hablamos de educación ambiental, no solo hablamos de reciclar, plantar o cuidar recursos. Hablamos también de recuperar el sentido profundo del cuidado, en todas sus formas. El cuidado del ambiente empieza por el cuidado del lazo. Y el lazo se construye con gestos: con palabras, sí, pero también con silencios, con juegos compartidos, con miradas y, muchas veces, con un abrazo oportuno.

También con límites. Pero no siempre el límite se da con gritos o con castigos. La comprensión, la mirada firme y amorosa también marcan una frontera que cuida, que acompaña el crecimiento, que reconoce que nuestras infancias y adolescencias están muchas veces enfrentando cambios de sentido profundos, complejos, nuevos.
Poner un límite no es cortar el vínculo: es sostenerlo con claridad. Es decir: «esto no, pero yo sí sigo acá». Es parte del mismo acto de cuidado que contiene, abraza y educa.

Los abrazos no explican, pero legitiman. No ordenan, pero permiten sentir. Son un espacio emocional en el que es posible enraizar una alegría, liberar un llanto o transitar una angustia sin estar a la intemperie.

Lo sé también por experiencia.

  • Cuando me abrazan y estoy triste, siento que mi llanto puede salir seguro.
    Cuando estoy contenta, el abrazo hace que la alegría se enraice más en mi ser.
    Y cuando me siento angustiada, un abrazo me dice, sin palabras, que alguien me entiende y me acompaña.
  • Cuando abrazo a un ser querido después de mucho tiempo, siento que las almas se juntan, y que el tiempo y la distancia desaparecen.

En un mundo cada vez más veloz, más virtual y a veces más indiferente, los abrazos son actos de presencia real. Son una forma de enseñar sin manuales: enseñamos que el cuerpo importa, que el otro importa, que lo que sentimos merece un lugar.

Desde Fundación SIENDO, promovemos una educación que abrace —literal y simbólicamente— porque sabemos que educar también es sostener, vincular, enraizar. Y que cada abrazo puede ser una semilla de cuidado para una cultura más humana y más viva

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@lauracollavini

@fundacionsiendo

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