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«Amistad: el arte de ser con otros»

  Por Laura Collavini – Psicopedagoga ambiental y del desarrollo La palabra “amigo” viene del latín amicus, que a su vez deriva de amare: amar. Ser amigo, entonces, es un acto de amor. No se trata de coincidencias perfectas ni de presencia constante, sino de un lazo que elige habitarse. A veces cerca, a veces […]

 

Por Laura Collavini – Psicopedagoga ambiental y del desarrollo

La palabra “amigo” viene del latín amicus, que a su vez deriva de amare: amar. Ser amigo, entonces, es un acto de amor. No se trata de coincidencias perfectas ni de presencia constante, sino de un lazo que elige habitarse. A veces cerca, a veces lejos, pero siempre desde el afecto que sostiene.

Desde la psicopedagogía ambiental, la amistad no es solo un vínculo afectivo: es una dimensión esencial del desarrollo. Nos formamos en la interacción con otros, en las miradas que nos alojan, en las palabras que nos despiertan, en los juegos, los silencios y los aprendizajes compartidos. Nadie crece solo.

Amistad no es estar siempre de acuerdo. Es poder respetar las diferencias, crecer juntos y ser sinceros, incluso cuando cuesta. Es aprender a poner en palabras lo que sentimos, acompañarnos en lo difícil, y sostener con presencia —aunque no siempre haya cercanía física— lo que de verdad importa.

Hay amistades que duran una vida y otras que marcan una etapa. Algunas nos encuentran en la infancia, otras en momentos de transformación. Hay quienes caminan con nosotros por años, y quienes, aunque breves, dejan huellas profundas. En todos los casos, la amistad nos enseña a habitar la vida con otros y con nosotros mismos.

La amistad es también un acto de confianza. Nos permite ser sin máscaras, mostrarnos vulnerables, celebrar sin envidia, reparar cuando herimos. Nos entrena en la empatía, en el cuidado mutuo, en la ternura como forma de fuerza. Y, sobre todo, nos recuerda que los vínculos genuinos no se miden en cantidad de encuentros, sino en la calidad del lazo. En estos lazos nos miramos en estos amorosos espejos. Que nos cuestionan, nos abrazan. Vemos nuestras sombras y el ejercicio más hermoso es cuando podemos incluirlas en nuestro ser. Cuando ese vínculo nos hace “dar cuenta” y podemos dar un paso a la evolución, es otro “Gran día del Amigo”.

Que triste la vida sin amigos. Sin un plan para juntada o para decir: “¿tenés un ratito para charlar?” y del otro lado escuchar “… Obvio, organicemos ya”. Son esas palabras mágicas que relajan, entibian. Lo trágico empieza a desaparecer y aunque a veces no haya soluciones mágicas, con la compañía de amigos, el camino siempre tiene un rayito tibio de sol.

Desde mi recorrido como psicopedagoga, y también desde los espacios que acompañamos en Fundación SIENDO, veo cada día cómo los vínculos posibilitan el crecimiento. Cómo el encuentro puede transformar, abrir sentidos, sanar historias. La amistad es, quizás, uno de los modos más bellos y simples de crecer siendo.

Hoy le digo gracias a mis amigos. A los grupos y a cada uno de los seres que me escuchan, me alumbran, me bancan, se ríen conmigo y con los que amo armar mil planes coherentes y descabellados. Con los que soy auténtica.

En este Día del Amigo, celebro esa trama silenciosa que nos sostiene, que nos nombra, que nos invita a ser más nosotros mismos. Porque una amistad verdadera —como la vida misma— no pide perfección, solo presencia y verdad.

@lauracollavini @fundacionsiendo

[email protected]

 

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