
¿Cómo se pasa de que alguien sea el «representante del maligno en la Tierra» al «argentino más importante de la historia»? Siendo político.
Forzado por las circunstancias, y atento a los vientos de cambio, el presidente Javier Milei dejó a un lado la actitud outsider que lo depositó en el sillón de Rivadavia y abrazó el manual del pragmatismo del político clásico al que suele denostar.
Ya no importa lo dicho ni el pasado sino el presente más urgente, estar a tono con la época y decir lo que se espera.
No hay otra manera de explicar los vaivenes discursivos de Milei respecto de la figura del papa Francisco, a quien en sus afiebrados tiempos de panelista y tuitero llamaba «zurdo comunista» y ahora le rinde honores como lo que Jorge Bergoglio es: el argentino más trascendente de la historia.
Una versión de Milei muy distinta de aquella que vendía y promovía la indignación constante, y que incluso se permitía hablar sin filtro sobre una figura que, ahora le queda claro, es digna de respeto en toda la comunidad internacional, incluso por fuera de los límites de la religión católica.
«Le guste a quien le guste, ha sido el argentino más importante de la historia. Era un líder impresionante», reconoció este jueves el presidente, en una frase en la que de todos modos pareció ratificar su falta de apetito personal.
¿Cuál de las dos versiones es más representativa de Milei? Posiblemente las dos. Porque lo que esta pirueta discursiva ejecutada sin escrúpulos viene a demostrar es que la práctica política exige adaptarse a los cambios, aun cuando no se esté de acuerdo.
En muchas ocasiones los políticos deben decir lo necesario simplemente para sobrevivir, porque así lo demanda la época. Los mensajes pueden viran entonces de la sobreactuación a la mezquindad de conceptos, como en este caso. En el equilibrio justo para no desentonar. El discurso de la casta.