
Berrinches, enojos, revoleo de cosas. Encerrarse, gritar, incluso quedarse en silencio. Estas son algunas de las señales de que la frustración se ha apoderado de una persona.
La frustración es una respuesta emocional ante una situación que no pudimos resolver o que no resultó como esperábamos. Es fundamental comprender que es una emoción natural del ser humano. Implica que estamos vivos, que interactuamos con otros y que no podemos controlar siempre el tiempo, las acciones ni las reacciones de los demás, e incluso, a veces, ni las propias.
Suponer que un ser humano nunca atravesará esta emoción sería completamente irreal. Desde nuestro nacimiento la conocemos: cuando no nos alimentaron en nuestro primer llanto, cuando tuvimos que llorar varias veces y con fuerza para que vinieran en nuestro auxilio… Ahí ya experimentamos lo que significaba la frustración.
Aprender a manejarla es un arte. No podemos andar por la vida llorando o gritando ante cada necesidad o deseo. Esperar, pensar, organizar, actuar y comprender son algunas de las habilidades que se desarrollan con el tiempo.
Vivimos en una era donde la tecnología nos resuelve casi todo en pocos instantes, cada vez con mayor rapidez y eficacia. Esto nos acostumbra a no esperar, a que todo suceda de inmediato. Los niños y adolescentes han nacido en este ritmo acelerado. Ahora bien, cuando deben construir una oración o resolver una operación matemática… ¿cómo se juegan la frustración y el tiempo en ese escenario?
Para ellos, es mucho más complejo que para los adultos, quienes en su infancia debían acudir a bibliotecas, enciclopedias o recortes de revistas para buscar información.
En este contexto, es clave comprender su realidad para poder acompañarlos. En muchos hogares, resolver una simple cuenta matemática se convierte en una lucha cuerpo a cuerpo. Probablemente, la frustración comience a interferir en la posibilidad de pensar, y entonces todo se mezcle: “no entiende”, “tiene problemas de atención”, “no le da la cabeza”, “la maestra no sabe explicar” y muchos etcéteras más.
Acompañar en la reflexión y en la resolución de problemas no es tarea fácil hoy en día, pero podemos empezar con pequeños desafíos cotidianos:
- Prepararse una colación.
- Vestirse solo.
- Atarse los cordones.
- Bañarse solo y acomodar el baño.
- Hacerse la cama.
Estas pequeñas acciones, que nos conectan con nuestro propio cuerpo y nos obligan a detenernos, aunque sea por un instante, ayudan a gestionar la frustración.
También es importante fomentar hábitos como jugar juegos de mesa con reglas simples, participar en tareas cotidianas, limitar el uso de dispositivos y estimular actividades deportivas, lúdicas y artísticas.
Recordemos que el mundo cambia constantemente, el reconocimiento de las emociones y cómo gestionarlas, es clave para vivir en cambios permanentes.
Lic. Laura Collavini
Psicopedagoga
Directora fundación Siendo.
https://siendo.org.ar/