
En la actualidad, los hogares argentinos poseen un promedio de entre ocho y diez aparatos eléctricos o electrónicos por vivienda. Celulares, televisores, heladeras, microondas y computadoras conforman un inventario tecnológico que crece año tras año. Sin embargo, la mayoría de estos productos no cuenta con una segunda vida útil y termina almacenada en garajes, depósitos o directamente en la vía pública.
El fenómeno se potencia por la llamada obsolescencia programada, un modelo industrial que limita deliberadamente la vida útil de los productos para impulsar nuevas compras. Electrodomésticos que en el pasado duraban décadas hoy dejan de funcionar en pocos años, sin posibilidades reales de reparación. La dificultad para conseguir repuestos originales y el alto costo del servicio técnico refuerzan la lógica de “usar y reemplazar”.
Los aparatos eléctricos y electrónicos en desuso representan una de las principales fuentes de contaminación del siglo XXI. Contienen materiales tóxicos como plomo, mercurio o cadmio, además de gases refrigerantes que afectan la capa de ozono y contribuyen al cambio climático. En Argentina, menos del 15% de estos residuos recibe un tratamiento adecuado.
En ciudades como Neuquén, la acumulación de electrodomésticos rotos se ha convertido en un problema cotidiano. Muchos vecinos desconocen que la disposición incorrecta de estos elementos puede contaminar suelos y napas de agua. Los vertederos urbanos no están preparados para procesar este tipo de residuos, que requieren un tratamiento especializado.
Algunas localidades disponen de centros de transferencia municipales donde se reciben electrodomésticos de gran tamaño, como lavarropas, heladeras o aires acondicionados. Estos espacios permiten que los residuos sean trasladados a plantas donde se separan los componentes reutilizables de los contaminantes.
Otra opción cada vez más extendida es la reparación y reacondicionamiento. Emprendimientos locales ofrecen el servicio de arreglar equipos o recuperar piezas útiles para otros aparatos. Estas iniciativas promueven una economía circular, en la que los productos se reutilizan y se reduce el impacto ambiental.
La reflexión sobre el uso y descarte de los electrodomésticos abre una discusión más amplia sobre el modelo de consumo. Cada aparato reparado o reciclado implica una reducción directa en la generación de basura tecnológica. Planificar las compras, optar por marcas con repuestos disponibles y participar en programas de reciclaje son acciones simples que pueden marcar una diferencia significativa.
Adoptar hábitos de consumo responsables no solo ayuda al ambiente, sino que también contribuye a fortalecer una cultura de sustentabilidad. En un contexto donde la tecnología avanza sin pausa, el desafío es encontrar un equilibrio entre el confort cotidiano y el cuidado del planeta.