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Cuando el silencio grita

  En la adolescencia, el silencio se vuelve una de las armas emocionales más frecuentes. Los adultos lo vivimos como una distancia difícil de atravesar: la habitación cerrada, la falta de respuesta, las miradas esquivas. Sin embargo, muchas veces ese silencio guarda un cúmulo de emociones que no encuentran todavía cómo expresarse. Dolor, frustración, miedo […]

 

En la adolescencia, el silencio se vuelve una de las armas emocionales más frecuentes. Los adultos lo vivimos como una distancia difícil de atravesar: la habitación cerrada, la falta de respuesta, las miradas esquivas. Sin embargo, muchas veces ese silencio guarda un cúmulo de emociones que no encuentran todavía cómo expresarse. Dolor, frustración, miedo a no ser comprendidos. Lo callado no significa vacío; muchas veces, significa todo lo contrario.


Límites amorosos en lugar de gritos

Acompañar a los adolescentes en estos tiempos implica aceptar que las emociones necesitan espacio para ser reconocidas y transmitidas. No se trata de presionar ni de gritar para obtener una respuesta inmediata, sino de ofrecer límites amorosos: claros, firmes, pero sin violencia.
👉 Los gritos no abren puertas; las cierran.
En cambio, la escucha activa, la paciencia y el respeto generan la confianza necesaria para que lo silenciado se convierta en palabra.


La importancia de la alfabetización emocional

Aquí aparece la necesidad de trabajar en la alfabetización emocional.
Así como enseñamos a leer y escribir, debemos enseñar –y aprender junto a ellos– a nombrar, expresar y canalizar las emociones.

Alfabetizar emocionalmente significa acompañar para que lo que sienten pueda comunicarse a tiempo, con claridad y sin daño. Es mostrarles que la tristeza no es debilidad, que la rabia puede decirse sin herir, y que la alegría también se comparte.


Lo irremplazable: las emociones

Vivimos en un contexto donde gran parte de las herramientas cognitivas, de distracción e incluso de aprendizaje se trasladan al mundo virtual. Pantallas, chats y redes parecen ocuparlo todo.
Pero hay algo que ninguna tecnología puede reemplazar: las emociones.

Son la base del vínculo humano, lo que nos conecta con el otro y lo que nos recuerda que somos seres profundamente relacionales.


Escuchar los silencios

Por eso, hoy más que nunca, el desafío es reconocer que detrás de cada silencio adolescente puede haber un mensaje que espera ser escuchado.

No siempre necesitamos respuestas inmediatas; a veces basta con la presencia, la paciencia y el gesto de decir: “estoy acá”.

Cuando aprendemos a leer esos silencios, y cuando los ayudamos a traducirlos en palabras, dejamos de vivir una batalla y empezamos a construir un puente.

https://youtu.be/IYqOy0DSVkk

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